Karl Heinz Stockhausen - Kontakte - Una pieza pionera de la música electrónica

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Capítulo 7: El Genio de la Azotea

>> sábado, 11 de abril de 2009

El Genio de la Azotea

El Dedos se había refugiado en un cuartucho normalmente destinado como habitación para las mujeres de servicio de la casa ubicada en la azotea, entre el lavadero y los tinacos, cuando su madre unos años atrás, enojada por el desorden que imperaba en su cuarto, le había prohibido adquirir y meter un solo equipo de cómputo más en su recámara.

El cuartucho, diseñado originalmente para dar cupo a dos camas individuales, un ropero y un baño que ni siquiera contaba con puerta, ahora estaba atestado con anaqueles que parecían un museo de la historia de la computación. Los discos duros, unidades lectoras de floppys, cds, dvds, motherboards, memorias, cables, ratones, monitores, y mil cachivaches más se amontonaban por doquier y cualquiera que hubiera querido poner un poco de orden entre todo ese desbarajuste se hubiera desesperanzado rápidamente. Pero “el dedos” era feliz en ese ambiente y era un experto en el oficio de hacker, blogger y manejador de la web. En su historial se encontraban tres entradas en la central de cómputo de la CIA, la que se suponía la más segura del mundo, dos reformateadas completas del sistema de cuentas de dos prestigiosos bancos que habían puesto en peligro el sistema financiero mundial y una comunidad virtual que estaba en el tercer lugar mundial entre todas las comunidades accesibles en la red.

Su prestigio mundial, sin embargo, se había disparado por un evento que para el no había sido más que una broma: poner la imagen de Bush chupándole el pene a Saddam Hussein en la pantalla misma de la computadora personal del presidente estadounidense. Cierto que él no había compuesto la imagen. El montaje y su creatividad intelectual pertenecía a uno de esos diseñadores anónimos del arte efímero cibernético y los cuerpos pertenecían a dos famosos actores porno gay. Pero “el Dedos” la había puesto en el sitio que se merecía, a la vista íntima y privada de uno del protagonista principal y haberlo hecho causó un enorme revuelo entre todas las policías cibernéticas del mundo que seguían sin tener idea alguna de quien era el genio que se ocultaba detrás de seudónimo: “fingerofgod”, que a su vez se había inspirado en la famosa escena de la Capilla Sixtina. Aunque ya sus compañeros de la secundaria le habían dado el apodo de “el Dedos”, no tanto por haber tenido ya la fama y habilidad para manejar los teclados de las computadoras, sino por ser aficionado a los trucos de presdigitación, la magia con las cartas y monedas, que requería una habilidad especial con las pequeñas extremidades, y era poco probable que alguno de ellos asociara el “dedos” de su salón, con el famoso “el Dedos”, del mundo virtual, ese apodo se había convertido en su marca personal y usaba el “dedos de algo” en todos sus nicks y en una docena de idiomas.

Languiducho y de apariencia poco favorecedora, sin abandonar su cuarto de azotea más que para tomar sus diarios alimentos e ir dos veces a la abarrotería de la esquina por su dosis de pastelitos de chocolate, jugos de naranja y otros dulces a los que era casi adicto, a la edad de 18 años “el Dedos” había hecho su primer millón de dólares mediante la publicidad de un sitio web que hasta la fecha vendía publicidad y le proporcionaba miles de dólares mensuales sin que tuviera que dedicar más que algunas horas de mantenimiento a la semana, en la actualidad recibía sueldos de dos docenas de compañías ubicadas en todo el globo, tenía un ciento de cuentas bancarias con cantidades mayores a los diez mil dólares y dos o tres veces más con cantidades menores. El mundo, y, sobre todo sus padres, de todo esto no tenían ni idea y lo tenían por un chico inepto y flojo que, si bien no estorbaba, si era motivo de preocupación sobre todo para el padre, preocupado porque su hijo era uno de esos chicos de la generación arroba que no iban a tener futuro alguno en el mundo real.

“El Dedos” se reía de sus progenitores en secreto, aguantaba pacientemente sus sermones y a la menor oportunidad regresaba a su cueva. Desde hace dos años incluso había instalado una cama empotrable en uno de los armarios que desdoblaba durante las pocas horas que dormía por no querer desatender los múltiples proyectos que se desenvolvían a su alrededor en 4 monitores, conectados a otras tantas computadoras. Lo único que “el Dedos” había implementado para atender tantos asuntos a la vez, era la capacidad de manejar varias máquinas desde un teclado y con un solo ratón.

En uno de los monitores el Dedos daba seguimiento a la niña de sus ojos, su comunidad virtual que en estos momentos ya superaba el millón de miembros en todo el planeta. Un pequeño contador en la parte inferior de la pantalla aumentaba un digito blanco cada vez que alguien nuevo ingresaba al sitio que se transformaba en rojo cuando el nuevo se registraba de forma completamente gratuita. Cada vez que esto sucedía el Dedos sonreía porque sabía que cada nuevo ingreso le implicaba unos cuantos megas de espacio en disco duro y sobre todo, un nuevo proxy, que tenía a su disposición para usarse en miles de triquiñuelas esenciales para poder realizar sus hackeadas. Esto, al Dedos, le interesaba mucho más que el dinero acumulado en sus cuentas bancarias.

En otro de los monitores se observaban constantemente varias ventanadas en las que se sucedían decenas de cadenas de texto. Este monitor estaba constantemente conectado al computador central de la legendaria CIA y mostraba el intercambio secreto de los miembros de la organización. De vez en cuando, el dedos disfrutaba hacerse presente en el sitio alimentando a los prestigiosos espías con información falsa, dándoles consejos como todo un experto o incluso borrando diálogos cuando se trataba de asuntos que de acuerdo a su criterio implicaban sendas injusticias contra algún país, una organización política u humanitaria, en fin. Este monitor también contaba con un contador que indicaba el tiempo transcurrido desde que había logrado entrar en el sistema la última vez, un récord que buscaba superar cada vez que los expertos en seguridad de la CIA descubrían que estaba metido en el sistema. Su record personal era de seis meses, dos semanas, tres días, ocho horas y treinta y tres minutos, hasta donde se sabía entre los hackers de todo el mundo, este récord no se había superado todavía y el Dedos seguía ansiosamente el contador ya que estaba cada vez más cerca de romper su propia marca.

Si estos dos monitores no requerían de la atención completa del cibernauta, los otros dos si lo hacían. Eran las verdaderas estaciones de trabajo de el Dedos. Uno de ellos estaba dedicado íntegramente a su trabajo de programador y hackeador. Su ocupación fundamental durante los últimos meses era desarrollar un sistema operativo anti-Windows. El, como todos los demás miembros de la comunidad hacker mundial prefería trabajar en otros sistemas operativos como Unix y Linux, pero al mismo tiempo, buscaba copiar y adoptar la funcionalidad aparente de Windows para hacerla accesible a la comunidad mundial de usuarios de las GNU’s o licencias públicas gratuitas.

En el cuarto de los monitores era la ventana al mundo del Dedos, cuya personalidad tímida cambiaba completamente cuando se encontraba sentado frente a la pantalla. No solo mantenía contactos con los miembros del gremio de los hackers, sino con todo tipo de personas, jóvenes, intelectuales, académicos, hombres y mujeres, chinos, africanos, australianos, europeos y lo más impresionante era que, sin que nadie lo supiera, a través de estas comunicaciones y teniendo el Internet como maestro manejaba ocho idiomas fluidamente, incluyendo el chino, el japonés, el árabe y el ruso.

En suma, el Dedos era un genio que dentro del anonimato que permitía la red era un genio. Manejaba como ninguno la mayoría de los lenguajes de programación existentes y había hecho contribuciones importantes a varios de ellos. Ya había desarrollado varias decenas de utilidades que eran usadas en todo el mundo y que le redituaban una buena cantidad de regalías y, como “fingerofgod” era uno de los personajes más buscados del mundo. El Dedos, que en unos pocos días cumpliría los treinta años de edad, estaba más que contento con sus logros, pero en el fondo no estaba del todo satisfecho. Era consciente que todo lo que había hecho hasta la fecha no era más que una etapa preparatoria para lo que el veía su gran misión. No tenía hasta el momento idea alguna sobre cuál iba a ser específicamente ese algo que tenía que lograr, pero sabía por haberlo soñado durante muchas noches, que su misión iba a comenzar cuando conociera a una mujer sumamente hermosa unos años menor que el y que en ese momento iba a conocer las verdaderas metas de su vida.

El Dedos, inicialmente se había refugiado en el mundo cibernético como uno de esos renegados más, que estaban profundamente insatisfechos y desmotivados por el mundo que les había tocado vivir. Su paso por la escuela había sido una verdadera pesadilla. No por tener que estudiar, cosa que le proporcionaba grandes satisfacciones y se jactaba tener una cultura tanto general como especializada que podía competir con los mejores, sino por tener que soportar la banalidad de sus compañeros de banca. A el Dedos no le interesaba ni el futbol, ni ningún otro deporte. No le interesaba ni el cine ni ver programas de televisión, y, llegada la edad tampoco no se había interesado por las mujeres, ni el sexo, conociendo y estando convencido desde pequeño que la mujer hermosa que conocería algún día cubriría todas sus necesidades al respecto. Siendo un ratón de biblioteca, el Dedos nunca había encontrado temas en común con sus congéneres. Cuando ellos estaban apasionados con actuar las novelas de Salgari, el ya estaba metido en leer los textos de McKenna, Leary, Wilson, Wilber y Lilly que buscaban el desciframiento de la mente humana. Cuando sus compañeros habían descubierto el “Playboy”, el ya estaba inmerso en leer las colecciones de Scientific American que se encontraban en la biblioteca que el Centro de Relaciones Culturales con los Estados Unidos mantenía a unas cuantas cuadras de su casa. En fin, el Dedos, durante buena parte de su vida, más que humano, se había sentido como un extraterrestre y en muchas ocasiones había añorado entrar en comunicación con la nave que lo había dejado equivocadamente en la Tierra, hasta que comenzó a soñar con la mujer hermosa y el papel que iba a tener en su futuro. Esos sueños habían impedido que el Dedos se perdiera, se volviera loco o que hasta le hubieran pasado pensamientos de suicidio en los momentos de mayor desesperación. Esos sueños eran su medicina y vivía para el día en el que la mujer hermosa se hiciera presente en su vida.

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Aunque pareciera que el Dedos estaba totalmente aislado del mundo, en realidad no era tan tajante la situación. También a escondidas de sus padres, existía la Ratona, la hija de una sirvienta que vivía a tres azoteas de distancia y que por casualidad había entrado a trabajar en el almacén de uno de los distribuidores más grandes de equipos de cómputo del país. El Dedos llevaba tiempo observando a la chamaca, solo unos años menor que él, cuando le ayudaba a su madre a lavar y tender la ropa, y la había visto en varias ocasiones como dios la trajo al mundo por la ventana del baño de su cuarto igualmente ubicado en la azotea. La Ratona, a pesar de ser hija de sirvienta, no era de mal ver y se vestía de esa forma exagerada y calculadoramente provocativa que quitaba el aliento a cualquier hombre que se le cruzaba por el camino. La relación entre los dos había comenzado un año atrás cuando por una de esas causalidades del destino, se habían encontrado en la tienda de la esquina dos veces en el mismo día y la muchacha, conociéndolo también por observarlo desde su propia azotea, había comenzado una conversación, misma que había seguido en el cuarto del Dedos más tarde, y en varias veladas subsiguientes, hasta que habían terminado haciendo el amor en el catre entre un teclado, y otras piezas de computadora.

El Dedos a cambio había adiestrado a la Ratona de forma tan brillante sobre las diferencias y características de los equipos que vendía, que la mujer rápidamente se había convertido en la mejor y más solicitada vendedora, amén de que proveía al Dedos de los equipos más sofisticados y de tecnología de avanzada tan pronto aparecían en el mercado. Lo que era más importante para ambos era que estaban consientes de que la relación era únicamente en mutuo beneficio, ya que la Ratona, al igual que el Dedos, tenía su sueño de vida futura, una vida en el que un genio de computación que rara vez salía de su cuarto, simple y sencillamente no encajaba.

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El Dedos estaba tratando de descifrar un complejo código hexagesimal cuando escuchó un peculiar chiflido. El que lo emitía era un hombre cuyo nombre no conocía y al que todos conocían como “el Bigotes”.

El Dedos salió de su cuarto y se asomó por la orilla de la azotea. Le indicó con señas al personaje que iba a bajar y verlo en la tienda de la esquina. Su madre en esos momentos estaba en casa y no quería bajo ninguna circunstancia que lo viera junto con el personaje.

El Bigotes era un personaje de apariencia siniestra. Se le veía a leguas de distancia que su oficio no era uno de los que socialmente se consideraran como legales y en efecto, el personaje controlaba casi toda la producción de software pirata de Tepito, el barrio en el que todo se traficaba, fuera o no legal, desde drogas, pasando por mercancía china ingresada al país al margen de las aduanas, medicinas, productos que en otras partes del mundo se vendían en cerrados sexshops y que allí se exhibían en plena calle, en fin, todo lo que tuviera cliente se comerciaba en Tepito, exceptuando quizá los automóviles, aunque el Dedos no estaba totalmente seguro de eso.

Cuando el ciberexperto llegó a la tienda unos minutos más tarde cargando una bolsa llena de cds con los últimos programas que había bajado del Internet y hackeado con eficacia para que funcionaran sin los latosos seriales ni mil preguntas que se tenían poner en formularios que de por si nadie leía, el personaje ya se había bebido media caguama, y eructó fuertemente en forma de saludo.

“¿Qué hay?”

“¿Quieres una?,” le contestó el bigotes levantando su botella.

“Ya sabes que no chupo, pero te acepto un chesco.”

“Tanta salud te va a terminar matando. Pero bueno, agarra lo que quieras. Yo pago.”

Sin tentarse el corazón, el Dedos, tomó de los anaqueles productos suficientes para subsistir por lo menos una semana. Además pidió algunos sandwiches especiales, para compartirlos en la noche con la Ratona y luego, sin más preámbulo le entregó la bolsa con los discos al Bigotes.

“Ahora si me esmeré. Dos de estos los sacaron hace unos días apenas. Y más te vale que te pongas guapo.”

“Ya sabes, mi Dedos, como puedes dudar de mi, después de tantos años.”

“Siempre puede haber una primera vez.”

“¿Y cerrarme la puerta a tu genio? Yo sé con quién estoy tratando.”

“Hecho.”

“¿Lo otro donde siempre?”

“Si, pero más repartidito. Ya sabes que con esas de Hacienda te preguntan hasta de que color son tus calzones.”

“Pero tu insistes en tener tu guardadito en el banco. Yo que tu como yo. Debajo del colchón o pa’ pagarles a las que tengo encima.”

El código de intercambio había sido establecido mucho tiempo atrás. El Bigotes recogía nuevos programas cada dos o tres semanas y depositaba la paga en media docena de cuentas bancarias diferentes que mantenía el Dedos. El cibernauta jamás había controlado si el otro efectivamente realizaba sus depósitos. No sabía ni siquiera el saldo que tenía en las cuentas. Ya vería más adelante si alguna causa era digna de recibir esos fondos.

el siguiente capítulo es El símbolo

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La importancia de los apodos

Hay algunos ambientes en nuestro mundo, y quizá en México en especial donde las personas se mueven en base a apodos. El Internet, por ejemplo, usa "nicknames" o "nicks" en todas partes. Eso no es otra cosa más que un apodo.

El apodo de "El Dedos" se debe a varios factores. En primer lugar su evidente talento con el teclado (una herramienta básica en muchos aditamentos humanos) que no podría ser operado adecuadamente sin esas extremidades de la mano.
Pero también tenemos otro factor. Una de las grandes reflexiones milenarias sobre la especie humana es la que gira en torno a nuestras distinciones frente a otras especies. La conclusión científica actual, esa que nos llama "homo saphiens", es que nos distinguimos de otras especies gracias a nuestra inteligencia o nuestra capacidad cerebral. Una variante sería la distinción biológica y esa radica, sin lugar a dudas, en la constitución especial de nuestra mano, en especial la rotación del pulgar. Por ello los mayas probablemente llamaron a nuestra especie "Eb manik", humano mano, y una de las contrapropuesta más interesantes al "homo saphiens" quizá sea la de "homo faber", el hombre fabricante.

La Ratona le debe su apodo a sus dientes, el Bigotes, por el otro lado al hecho de que en ciertos ambientes dejarse crecer un bigote tiene la clara intención de distinguirse entre una mayoría de personas que son lampiñas, cosa muy frecuente en la clase media baja mexicana.

La propiedad intelectual y la falacia del "copyright" y los patentes.

En el "Anarquista Místico" encontrarás una nota sobre el concepto global de la propiedad y como ha estorbado a nuestro proceso "civilizatorio", particularmente en la lucha por la equidad de oportunidades entre el "Primer" y el "Tercer" Mundo.

El artículo esta aquí

El lema de "El Dedos" es:

"Si a la piratería, no al lucro intermediarista"

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